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EL OSITO

Por: Javier Rosero Calderón

La niña caminaba  con pasos muy lentos.  Los brazos  cruzados  y las manos  temblorosas parecían querer aferrarse a algo con despropósito. Así  llegó  hasta el sitio de “Las Cavernas”. Se detuvo sobre las rocas filosas  y aplomadas. Sus ojos   se cerraban con intervalos irregulares formando  una cortina que daba origen a  pequeñas cascadas que descendían por sus mejillas pálidas y rozaban sus labios conmovidos y,  finalmente,  se precipitaban  en sutiles gotas.

 

Qué difícil le resultaba tomar la decisión: saltar o no, al vacío; ceder o no, al acoso de un pretendiente  libidinoso. Talvez no era necesario ningún  sacrificio si de todas maneras iba a salir perdiendo.  Pero imaginaba, en adelante, la vida sin Andrés, su novio desde hacía diez meses. Le rondaba la idea de que  ya no iba a poder encontrar otro como él.  

 

 Ella estaba recibiendo una recta educación en el seno de una familia muy conservadora de la moral y la doctrina cristianas. “La virtud más preciada de una mujer no debe ser un trofeo de la lujuria”. Eso lo tenía muy claro pero consideraba que era un precio muy alto a cambio de su “felicidad”.

 

Miró hacia abajo.  El abismo era como una fiera lista a devorar. Durante un largo rato lloró y balbució  unas cuantas frases. En medio del embrollo, todavía tenía en mente que Dios se glorifica, aún en el último momento.

 

Tenía la sensación de que los  pocos minutos se prolongaban demasiado y  Dios no inclinaba  oídos a sus clamores ni desviaba  miradas  de misericordia hacia ella. Sin embargo  se sintió observada. Por un momento alimentó el anhelo de escuchar a quien ella creía conocer: Andrés,  llamándola   por su nombre.  Giró en todas las direcciones pero no vio nada.

 

Cerró los ojos, por última vez, para no ver agrandarse el mundo ante su rostro. En un segundo se preparó  para el gran salto, que no le daría la gloria pero sí la liberaría de una carrera absurda. En la última fracción de ese acto preparatorio percibió una voz  que la llamaba de varias formas,  utilizando variados y agradables epítetos, menos por su nombre. Los ágiles reflejos le dieron  el tiempo suficiente para detenerse. Continuaba con los ojos cerrados, un tanto avergonzada. La voz se apagó cuando abrió los ojos. Luego, ella  volvió a su actitud suicida.

 

En el segundo intento, volvió a escuchar la voz con vehemencia. Entonces  se sintió más avergonzada pero  no dudó en abrir los ojos al instante y se desplazó con  unos pasos  pequeñísimos hacia atrás. No había duda; alguien estaba allí. Recorrió con la mirada cada porción de suelo, como queriendo encontrar a su chico. Si  estaba ahí, olvidaría todo y regresaría con él, a cualquier lugar. Pero nada. El lapso de silencio se prolongó y la histeria hacía estragos en ella.

 

Se dirigió al acantilado para efectuar el  intento final.  Se sintió de nuevo observada  y, una vez más,  la voz inundó  el lugar.

 

─ ¡Mírame! ─dijo la voz desconocida.

Miró hacia atrás y todo seguía desolado.

─ ¡Acá! ─No había cuerpo alguno.

De repente, se encontró con dos destellos que emergían de una pequeña y diáfana fuente, junto a unas piedras grandes.

─ ¡Rescátame! ─decía la voz en tono lastimero─,  no quiero terminar aquí.

 

En ese momento, la niña se sintió flotar en el remanso de una paz indescifrable, se acercó a la fuente  y sumergió  las manos en el agua  para rescatar a un  animalito que parecía ahogarse.  Cuando lo asió únicamente era  la cabeza que había sido arrancada del resto del cuerpo. En seguida advirtió que en el fondo había un montoncito de retazos de felpa.

─ ¡Restáurame!, ¡por favor, restáurame!

 

─Pero si es imposible. Mira como te dejaron ─dijo la niña entre los sollozos persistentes. Parecía que ahora lloraba por el osito destrozado más que por su propia desgracia.

─Nada es imposible cuando de vivir se trata,  niña querida.

─No digas eso. A mí nadie me quiere  ─lo dijo con cierta indiferencia y la más profunda amargura.

─Te equivocas. Algunos te queremos,  y mucho. Restáurame y encontrarás la respuesta que necesitas para la vida.

─ ¿Cuál vida? ¿Este cúmulo de amarguras y desesperación? ¡Esto no puede ser  vida!

─ ¡Tranquilízate! Mira hacia tu corazón. Por un solo instante piensa en Dios y él estará junto a ti. Yo quiero ayudarte.

─ ¿En verdad quieres ayudarme?

─Es una promesa. Pues cuando seres  que sufren  se encuentran,  allí empiezan un arduo, pero seguro camino en busca de la felicidad porque debes saber que nada es fácil mientras vivas.

─ ¿Qué quieres decir? ─Se sentó y empezó a unir los trozos de tela armiñada colocándolos en su regazo.

─Por ahora no importa;  ya lo entenderás más tarde. Pero ¿cuál es tu nombre?

─Roxana.

─Un nombre tan lindo como tú. Quería oírte decirlo. ¿Si entiendes que eres alguien?

Roxana sonrió sin separar  los labios mientras sus dedos retiraban los últimos vestigios de lágrimas.

─Tú… de veras eres adorable. Y,  ¿cómo te llamas? ─dijo entre el final de un llanto  y el comienzo de una risa suave.

─Puedes llamarme Osito. Y, ¿qué  edad tienes?

─Soy una teenager.

─Sí. Eso lo sé.

─Entonces, ¿adivinas?

─Seventeen  ─afirmó, con seguridad,  Osito.

─ ¡Vaya! ¡Estoy sorprendida! Es como si  me conocieras desde siempre.

─Así es. Y tú también me conoces desde siempre. ─Sonrió con una ternura infinita.

─No bromees. Es la primera vez que te veo. De hecho he visto ositos pero ninguno como tú.

─No bromeo, Roxana. Ahora mismo tus padres están inquietos por ti. Es la primera vez que te alejas de ellos y recuerda que les debes respeto y obediencia.

─Con eso me recuerdas que Jesús se alejó de sus padres cuando tenía sólo doce años. Y eso que era hijo de Dios. También desobedeció, ¿no?

─La situación fue muy distinta. Además, Jesucristo no era sino que es hijo de Dios. ¡Él vive y es Dios de vivos!  ¡Tenlo presente! ─Entonces a Osito se le vio ligeramente enfadado.

─Es cierto. Lo había olvidado. Discúlpame, por fa…

La interrumpió con agrado y volvió a ser tierno:

─Tú, niña candorosa, eres sutil y frágil. Tienes en tu alma una rosa.

─lograste que me sonroje. ¿Quieres componerme un poema?

─Así les hablo a las niñas  como tú, preciosas.

La niña sintió que acariciaban lo más recóndito de su corazón.

 ─Gracias, Osito. Pero, ¿Cómo es que sabes tanto  de mí?

─ Simplemente lo sé. ¿Si comprendes  que toda una vida te espera?

─Ahora entiendo. Pero qué puedo hacer, Osito. Estoy desesperada.

─Para los de tu edad este parece  ser un grave  problema pero ya verás que no vale la pena.

─Dime ¿cómo es que estás tan destruido y tienes tanta vida?

─Es porque  vivo en razón de quienes me aman.

─No me has dicho quién te hizo daño. ¿Cómo puede amar alguien así? ─Continuaba uniendo los  retales y pudo notar que se iba borrando cada rastro de desunión mientras escuchaba:

─Voy a resumirte una historia: Cierta noche, un muchacho, de veras adorable,  iba  muy contento a visitar a su “niña del alma”  llevándole  un osito de felpa como regalo. Grande fue la sorpresa cuando, al llegar, encontró a la chica tan encantada con un supuesto buen amigo que ninguno de los dos  advirtió su proximidad.  Él huyó del lugar hasta llegar aquí, buscando el final para su “infortunada existencia”. Mas, en el último momento, comprendió que  su corazón era  bueno  y que no debía corromperse. Entonces  descargó su furia contra lo que estuvo al alcance de sus manos. ¡Y heme aquí!  Pero él sigue siendo bueno. Sigue siendo noble. Sigue siendo humilde…

 

Al terminar de unir el último retazo de felpa, Roxana tomó a Osito entre sus manos y lo estrechó suavemente bajo su mentón hasta que, con su boquita sonriente, él se quedó completamente dormido. En ese momento, frente a ella, apareció un joven de aspecto atractivo y  semblante afable.  Por supuesto que no era su chico. Era el dueño del osito.

 

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